Con esa frase podríamos resumir la despedida de nuestro compañero Ramsés Gutiérrez: «Mikel Gurea pierde un amigo, pero Perú gana un gran ajedrecista«.

La sala de juego del club rompió en aplausos para despedir a un amigo, a una buena persona, a todo un ajedrecista. Las piezas y tableros de la Bombonera, que tantas veces han sido testigos de partidas, parecía que se unían a la despedida. Uno de los nuestros debía marcharse, emprender un viaje hacia otro país, yéndose con él un buen número de experiencias compartidas.

Nos cuesta decir adiós a alguien como Ramsés -nuestro faraón- que no sólo fue un compañero de equipo, sino un verdadero amigo leal y sincero; un hombre de club. Porque más allá de las victorias y las derrotas sobre el tablero, nos enseñó algo más valioso: la importancia de la nobleza y el saber estar. Que portaba un buen corazón lo supimos todos desde el primer día, con ese hablar pausado y esa sonrisa tranquila.

Hoy nos toca en Mikel Gurea despedimos con un nudo en la garganta, pero también con gratitud. Gratitud por haber compartido risas, conversaciones y aprendizajes; por haber conocido a alguien que, sin proponérselo, elevó el espíritu del grupo. Sabemos que en Perú seguirá llevando con orgullo nuestros colores con la misma honestidad, la misma pasión por el ajedrez y por la vida que aquí supimos admirar.

Quizás la distancia nos aparte físicamente, pero en el fondo todos sabemos que más que un adiós esto es un hasta pronto. Una sudadera del club, un juego completo de viaje, una fotografía en la que aparece enfrentándose a MF Andrés Guerrero y un tablero de madera en el que firmamos todos sus compañeros fueron los obsequios que le hicimos entrega para que nos recuerde allá desde el otro lado del océano. Un abrazo, Ramsés.
