El ajedrez solo sirve para jugar al ajedrez

El ajedrez desarrolla la inteligencia, sí, pero sólo para jugar al ajedrez.

Miguel de Unamuno

Nadie haría caso a esta boutade si no fuera por el nombre del que la dijo. En estos tiempos apresurados las provocaciones sirven para encabezar un artículo como gancho cazalectores. Así que, si has llegado hasta aquí, disculpa el truco y déjanos que tiremos del sedal con suavidad.

Leontxo García explica qué contexto vital llevó a Unamuno a enunciar esta conclusión. Vale la pena leer el artículo de Leontxo, pero si lo dejas para después por seguir nuestro hilo, os diremos sin demasiado spoiler que Unamuno, como su ilustre coetáneo Ramón y Cajal, era un apasionado jugador de ajedrez que vivía con remordimientos su afición por el mucho tiempo que le quitaba para las cosas de provecho. Incluso en su última obra, una nivola titulada Don Sandalio, jugador de ajedrez, utiliza nuestro juego para contar una parábola sobre la ambigüedad de las diversas identidades de un mismo individuo. 

Nada contradice más a Unamuno que el hecho de que durante los últimos 125 años el ajedrez ha sido para las investigaciones sobre la inteligencia humana y sobre inteligencia artificial, lo que la mosca de la fruta -Drosophila- ha sido para la experimentación genética. Empezando por Alfred Binet, el psicólogo que diseñó el primer test de inteligencia, que ya le dedicó dos trabajos en 1893 (Virtuosismo mnemotécnico: Un estudio de jugadores de ajedrez) y en 1894 (Psychologie des grands calculateurs et joueurs en d’echecs). La lista sigue con Djakow, Petrowski y Rudik, tres investigadores rusos que en 1925 publicaron, en alemán, Psychologie des Schachspiels (Psicología del Ajedrez), lo que suena impresionante, sobre todo en alemán. Este libro dicen que influyó decisivamente en la orientación soviética por la iniciación al ajedrez en edades tempranas, aunque parece que su metodología no fue especialmente brillante: consistió en someter a doce participantes en el Torneo Internacional de Moscú de 1925, a una serie abrumadora de tests psicológicos no demasiado sofisticados, incluido el test de Roscharch. Llegó a la conclusión de que los jugadores de ajedrez son muy normalitos y solo destacan, además de en ajedrez obviamente, en capacidad de atención y en pensamiento abstracto.

Adriaan de Groot fue un psicólogo holandés (y jugador de ajedrez), miembro de la Real Academia Holandesa de Artes y Ciencias, que entre 1940 y 1960 realizó las aportaciones más rigurosas desde Alfred Binet al estudio de los procesos cognitivos involucrados en la maestría ajedrecística. Tan importantes que cuando en la década de los 70 se abordó el ajedrez como la piedra de toque de la inteligencia artificial, sus trabajos fueron escrutados exhaustivamente.

Los trabajos de de Groot fueron perfeccionados en la década de los 70 por William G. Chase y Herbert A. Simon, focalizándose en el papel de la percepción de patrones aprendidos. El suizo Fernand Gobet, psicólogo cognitivo y también notable jugador de ajedrez, ha continuado estos trabajos y los de de Groot hasta el siglo XXI.

La lista seguiría, aunque no quisiéramos traer a colación la aportación del ajedrez al desarrollo de la inteligencia artificial, ni habláramos del genial y malogrado Alan Turing, primer redactor de un programa capaz de jugar al ajedrez.

De todo ello nada pudo saber Unamuno, cierto, aunque como experto jugador de ajedrez y filósofo y escritor, debería haber sido capaz de tomar distancia respecto al juego que lo absorbía y valorarlo con objetividad, en lugar de arremeter contra él con su insolvente frase despectiva. De lo que cuenta Leontxo se deduce que Unamuno hubiera hecho propia esta otra frase más intransigente aún: el ajedrez no es un juego, sino una enfermedad. Una frase a la que dan credibilidad las muchas obras de la literatura y el cine que se han ocupado del ajedrez exclusivamente desde esa faceta obsesiva

El ajedrez puede llegar a ser una enfermedad. Pero no es una enfermedad contagiosa, que “contagia” al individuo. Es el enfermo el que elige el ajedrez y lo llena con su trastorno, como podía haber elegido el póker, la lotería, el alcohol, el misticismo zen, las carreras de montaña, la adicción al sexo, la adicción al trabajo o cualquier otra faceta de la actividad humana.

Los monitores de ajedrez pueden detectar cuando el niño o el adolescente manifiesta un trastorno a través del ajedrez (aunque ese trastorno les complazca porque produce buenos resultados deportivos). Es poco lo que pueden hacer, más allá de trasladar sus observaciones a sus padres y responsables educativos. Porque el problema, siempre, no está en el ajedrez sino fuera de él.

Bobby Fischer, al final de su vida

Quizás si a Bobby Fischer se le hubiera dado una posibilidad real de elegir, si su sino y su destino no hubiera estado preconfigurado por una infancia huérfana y nómada al cuidado de una madre soltera acosada por el FBI, quizás hubiera preferido ser una persona corriente, sin fama ni gloria, pero con una vida mucho más feliz y equilibrada que la que llevó. El ajedrez no necesita monstruos. Quizás esos monstruos sean más aceptables o incluso admirados cuando nos dejan un legado científico, filosófico, literario… Ni aún así.

El colmo para Unamuno sería enterarse de que su tataranieto Miguel Santos Ruiz es, a sus veinte años, GM, 7º del ranking FIDE en España con sus 2591 puntos de rating. O percatarse de la creciente ola educativa a favor de distintas formas de integración del ajedrez en la escuela. No hay espacio aquí para hacer un resumen de todo lo que se ha investigado con fundamento respecto al valor educativo del ajedrez. Para quien quiera empezar a bucear, un documento-guía: Chess in Education Research Summary. Hay una traducción glosada en este link de ajedrezescolar.es. El documento es realmente antiguo, 1995, y obviamente hay trabajos posteriores. Por ejemplo, éste de la Universidad de Turín, realizado dentro del proyecto Castle Erasmus+. En estos últimos 25 años el acento se ha traslado sobre las propuestas de inserción del ajedrez en la escuela (Ajeduca en el ámbito andaluz, EducaChess o EDAMI en el catalán, Txiki Xake en el vasco, Caissa en el Alto Ebro, Madrid Chess Academy en la Villa y Corte, ajEdu en el ámbito hispanoamericano, o el ya citado Castle en el ámbito «erasmus» europeo). Por no hablar de las distintas propuestas «no legislativas» del Parlamento europeo y el Senado español, que se pueden encontrar resumidas aquí.

Sin embargo, Unamuno no andaba errado del todo. A pesar del entusiasmo de todos los que abogan por la inserción del ajedrez en las aulas, la correlación entre ajedrez y rendimiento escolar sólo se ha establecido a nivel de indicios, de correlaciones estadísticas en pruebas controladas. Los estudios más contundentes basados en el seguimiento durante dos o más años de un grupo de alumnos iniciados en el ajedrez confrontados con un grupo de control, muestran una correlación entre ajedrez y rendimiento académico en ciertas áreas y a ciertas edades, pero no explican el porqué de esa correlación. Es muy americano, y muy superficial, medir y cuantificar olvidándose de profundizar en las causas y relaciones. Sin comprender la relación, que la hay, entre jugar al ajedrez y buen desempeño en matemáticas o comprensión lectora, por ejemplo, no se pueden realizar propuestas rigurosas de ajedrez educativo. Quizás esas investigaciones lo que han demostrado, más que los méritos del ajedrez, son las debilidades o carencias de los métodos educativos convencionales.

Pero el aura del ajedrez está ahí y muchos de estos proyectos, al socaire de ese aura, de ese «humo», son proyectos claramente lucrativos, que venden clases presenciales y on-line, libros, materiales, etc… Es necesario poner orden y separar el grano de la paja, los vendedores de crecepelo de los que realmente aportan valor añadido, y para ello es imprescindible comprender qué aporta el ajedrez al desarrollo de la inteligencia y en qué momentos, edades o fases del desarrollo; qué transferencia de habilidades/capacidades puede darse entre el ajedrez y los desempeños intelectuales en otras áreas; y finalmente cuál es la ventaja competitiva del ajedrez frente a los sistemas educativos habituales. Y esa explicación debe hacerse en el marco de las teorías del aprendizaje y del desarrollo cognitivo. Hay que preguntarse -y responder- qué dirían Piaget o Vigotsky, por ejemplo, acerca del ajedrez entre los 7 y los 12 años.

Oier Irujo – Felipe Martín

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