El suicidio impide la derrota

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Los mitos y la historia abundan en personajes que eligieron el suicidio como una forma de escapar a la derrota. «Dejarse caer sobre la espada» era el último acto en el combate de quien lo había perdido todo menos la dignidad. No se piense que esa conducta solo era propia de reyes y generales: el suicidio colectivo en masa fue muy frecuente en la Antigüedad. Los historiadores romanos nos han transmitido el de los pobladores de Numancia, que caída la ciudad prefirieron morir a vivir esclavizados. El de Sagunto parece más dudoso y producto más bien de la propaganda romana anticartaginesa, pues Aníbal parece que trató bien, por conveniencia, a los conquistados. Más verídico es el relato de Flavio Josefo, que nos cuenta en términos estremecedores la caída de Masada, con datos que luego han sido comprobados arqueológicamente. También Jenofonte, en su Anábasis, relata de forma muy viva y concisa un caso semejante: en su retirada por territorios extraños, entre lo que ahora es Irak y las montañas del Cáucaso, los Diez Mil tropezaron con una aldea «de los taocos», de la que tan solo pretendían obtener víveres para poder proseguir su travesía. La dificultad de entenderse entre lenguas diferentes parece que impidió a los taocos conocer las intenciones no demasiado agresivas de los griegos. Tampoco parece, por el relato de Jenofonte, que los griegos se esforzaran mucho en hacerse entender, ya que la toma de la aldea -un castro amurallado del estilo de los más de doscientos que hay documentados en Navarra durante esos siglos- fue pan comido para los mercenarios griegos. El caso es que, nada más entrar en la aldea, los griegos asistieron atónitos al suicidio en masa de sus pobladores, que eligieron despeñarse por el risco que defendía uno de los flancos de la aldea. Uno de los griegos, codicioso de un medallón que lucía un taoco, se aferró a él para arrancárselo y fue arrastrado al precipicio.

Posiblemente esta costumbre del suicidio que niega la victoria al vencedor sea el origen de la regla del ahogado, que nos resulta chocante en nuestros tiempos al que se inicia en el ajedrez.

Entrando en materia. Con esta composición un poco fantasiosa quiero rendir tributo a un gran ajedrecista y compositor que es para mi una fuente de inspiración. Guénrij Moiséyevich Kasparián (1910-1995) fue un jugador compositor armenio. Su carrera como jugador fue normal: ganó 10 veces el campeonato de Armenia y tenía la categoría de maestro internacional. Por lo que este hombre realmente pasó a los libros de historia ajedrecística fue por ser uno de los mas prolíficos compositores de finales y problemas. En esta rama consiguió los máximos títulos: campeón del mundo de composición, gran maestro de composición (un titulo nada fácil de conseguir en esa época: a Reti nunca se lo dieron), y juez internacional de composición, entre otros muchos. Este gran compositor nos dejó varios libros muy buenos sobre el tema, siendo los mas relevantes Dominación en 2545 estudios. Para aquellos a los que el título les suene raro, diré que «dominación» en ajedrez es un tema en el que una o varias piezas atrapan a otra del rival. Otro libro suyo es 888 miniaturas y estudios, que recoge casi toda la producción de este genio imaginativo de la composición.

En este final la situación blanca parece desesperada. El peón negro de «h» corre mucho y parece que no podemos hacer nada. Pero hay un camino hacia la salvación (las tablas), un camino que permite a las blancas llegar a la seguridad y cobijo de su hogar, sirva esta ultima frase como primera pistilla. Ahora os daré unas cuantas opciones para ir calculando:

A) 1.Rf7,

B) 1.Rd7,

C) 1.b6,

Disfrute de la magia e imaginación de uno de los grandes.

Pedro Forján

La SOLUCIÓN, más abajo.

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