Este artículo fue publicado en agosto de 2023 en la Revista On del grupo Noticias, en Diario de Noticias, Noticias de Gipuzkoa, Noticias de Álava y Deia. Su autor es Mikel Razkin.
“Literatura y cine se dan la mano en La tabla de Flandes”
La utilización de un lienzo como punto de partida para la narración de una gran historia que da forma a un libro es algo de lo que muchos y muy importantes escritores se han servido. Uno de los casos más relevantes es “El retrato de Dorian Gray” (1890) de Oscar Wilde, en el que el lienzo que porta el rostro del protagonista será quien soporte el pasar el años y las cicatrices del alma, persistiendo por siempre sobre la faz de la persona retratada aquella imagen de belleza y juventud que el pintor dibujó; quien envejece es el cuadro y no quien sirvió de modelo para la obra.
Otro ejemplo igualmente significativo es “El código Da Vinci” (2003) de Dan Brown, en donde la Gioconda, uno de los cuadros más famosos de la historia, es el punto de partida de una fulgurante historia que surge tras aparecer a los pies de la pintura el cadáver de uno de los conservadores del museo del Louvre colocado en el suelo a la imagen del hombre de Vitruvio, también obra de Leonardo.
Pero en el caso de “La tabla de Flandes” (1990) no sólo un cuadro es quien cobra protagonismo en el devenir de la obra, sino que lo comparte con el ajedrez para dar forma a una narración que te engancha entremezclando, además de temas artísticos y asuntos relacionados con el deporte de los 64 escaques, cuestiones históricas conducidas hábilmente a través de una enrevesada trama policíaca. Arturo Pérez-Reverte, tras “El húsar” y “El maestro de esgrima”, logró con esta novela todo un best seller que Jim McBride adaptó al cine en 1994 titulando la cinta “Uncovered” para el mercado internacional, aunque en España mantuvo el mismo título que el libro.
En cuanto a la trama, Julia es una restauradora que descubre en el cuadro “La partida de ajedrez” del pintor Pieter van Huys (cuadro y autor son ficticios) una inscripción que ha permanecido oculta durante más de cinco siglos. La frase, que dice “Quis necavit equitem” (¿Quién mató al caballero?), sirve de punto de partida a una historia en la que el objetivo será adivinar quién ha capturado el caballo blanco que falta en el tablero y que se muestra en la pintura. Durante la investigación la pieza en cuestión acaba por identificarse con el personaje de Roger de Arras, que es quien porta las piezas blancas y que además murió asesinado.
En el ajedrez los deportistas tratan de averiguar la mejor forma posible para alcanzar un objetivo; bien sea hacer jaque mate a su rival, bien sea capturar alguna pieza y conseguir ventaja con ello. Esto es, que lo que hace un ajedrecista es pensar hacia delante cómo podría continuar la partida. Sin embargo, aquí el ejercicio es justo al revés y lo que hay que descubrir es cuál ha sido la última jugada que se ha realizado en el tablero. ¿Cuál ha sido el último movimiento? Lo que se logre deducir dará respuesta a la cuestión de quién acabó con la vida del caballo/caballero blanco. A esto se llama ajedrez retrospectivo.
Sin embargo, si algo hay en la relación entre la literatura y el cine que ha sido, es y seguirá siendo tenso y preñado de críticas, lo es la forma de adaptar a la gran pantalla lo que los libros narran. En mi opinión, condensar en dos horas de grabación una lectura de alrededor de cuatrocientas páginas que suele hacerse en algo más de diez horas, tratar de ser fiel a todos los detalles y matices que presenta y hacerla amena al público es un ejercicio imposible. Son dos formas de expresión artística completamente distintas y por ello considero que los directores de cine deberían tener cierto margen de maniobra para adaptar las historias a los guiones.
Con esto, cuando uno se plante a ver la película de McBride, que tenga en mente que lo que va a contemplar es la adaptación del cineasta estadounidense y que lo haga con la mente abierta, siendo consciente de que son dos formatos independientes. Luego, si no te gusta lo que ves, eso ya es otra cosa. Y probablemente estemos de acuerdo en la valoración al respecto.
Los directores normalmente suelen arrogarse algún tipo de licencia cinematográfica, como cambiar algún personaje o añadir tramas secundarias. Así, en la película, por ejemplo, los guionistas usaron una partida histórica disputada en Londres en 1851 entre Anderssen y Kieseretzky, que acabó denominándose “la inmortal” por la impresionante belleza de la misma. Este encuentro no aparece en la novela de Pérez-Reverte, por ejemplo. El resultado de dicho enfrentamiento es el que le empuja a la restauradora a elegir al jugador de ajedrez que le habrá de ayudar en la resolución del misterio (Domenec), mientras que en la novela a quien escoge en un club es a alguien que domina todas las facetas del juego pero no termina por ganar las partidas (Muñoz).
¿Qué pensará el escritor al respecto? En tu opinion, ¿este tipo de cambios estarían justificados pese al cambio de formato?